martes, 4 de octubre de 2011

Cómica perversión

Lo dice Garbi Losada en el programa de mano: «Quizá lo más perverso de la historia no esté en la historia en sí, sino en nosotros como espectadores». Y es que hay ocasiones en las que resulta más interesante mirar alrededor, escudriñar al patio de butacas, que atender únicamente a las tablas.
Con 'La guerra de los Rose' tenemos una de estas ocasiones, sobre todo desde que se apostó por el humor a la hora de escribir esta versión teatral, colocando el reclamo cómico por delante de cada una de las situaciones, puede que con intención de aligerar el drama o simplemente con el deseo de añadir aún más perversión, siguiendo a Losada.
El argumento es conocido: se asiste al derrumbe de un matrimonio en el que los cónyuges son bolas de demolición enfrentadas. Todo lo que encuentran a su paso, desde los recuerdos almibarados de los inicios al más inmediato pasado, se convierte en puro escombro por las acciones y palabras de ambos.
Es desagradable contemplar un combate así, desde lo sentimental, y sin embargo las apelaciones cómicas resultan tan efectivas que lo que reina en el público es la carcajada más que el miedo o la tristeza. Si esto mismo ocurriera en nuestro entorno, estaríamos espantados, pero la cuarta pared en este caso actúa como muro protector o vacuna contra la realidad.
Barbara y Jonathan, los protagonistas del duelo, se insultan, se amenazan, se agreden y se humillan con ardor. Se amarran a una lujosa casa como quien se agarra a ese clavo ardiendo que lleva la etiqueta de última oportunidad. Serían capaces de matarse, parece evidente. Sin embargo, hay reproches ingeniosos, amagos graciosos, poses ridículas&hellip y un buen trabajo actoral como pegamento de todo ello que consiguen que la tensión no se atraviese en la garganta de los espectadores, que se digiera hasta con ligereza.
En este juego, o cometido, Carlos Sobera cumple sobradamente y es difícil imaginar a alguien mejor para hacerlo (es un hombre de teatro), y Mar Regueras sujeta su papel con fiereza, aunque hubo algún momento de debilidad provocado por los continuos comentarios, incluso a gritos, de algún espectador.
De modo que son mucho más que dos caras conocidas. Y a favor del montaje hay que decir que, sabiendo todos el final, logra sorprender en su planteamiento y ejecución escénica. El público llenó el Juan Bravo, saludó con entusiasmo la versión y se felicitó por el inicio de la temporada. Que dure.

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